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viernes, 27 de septiembre de 2013

Viernes (1er día)

A las seis y media estábamos ya todos en pie, desayunamos, rehicimos las mochilas y conseguimos empezar la marcha a las siete y media con los frontales encendidos. Empezaba un amanecer radiante a pesar de las previsiones de lluvia que, aunque poca, daban todas las páginas que habíamos consultado. Tuvimos la suerte de que no nos lloviera en toda la excursión, aunque todo el mundo nos prevenía que allí en la montaña es muy impredecible el tiempo y puede cambiar de repente.

Salida del Refugio

Subimos por el cortafuego desde el refugio y discutimos por dónde atacar la cima, si por el barranco que traía una corriente de agua por nuestra izquierda, o seguir subiendo por la ladera.


Subiendo por el Barranco Alhori


Optamos por la segunda opción. La pendiente era impresionantemente inclinada y, al igual que mucho del camino que tendríamos por delante, era de piedras sueltas que casi nos impedían subir, como si estuviésemos subiendo una empinada duna de arena, resbalando en cada paso.

Jerez del Marquesado al fondo

Serpenteando hasta el Picon de Jerez

Por fin, a la una de la tarde, conseguimos nuestro primer tres mil desde el norte: el Picón de Jerez,

Descanso en el primer 3000
El 8 de marzo de 1960, un avión militar norteamericano tuvo que aterrizar de emergencia junto al Picón de Jerez del Marquesado, a 2.600 metros de altitud. El piloto y otro ocupante se presentaron en el pueblo y se hicieron entender doblando una hoja de periódico con forma de avión. Lo estrellaron y entonces las 'fuerzas vivas' del pueblo entendieron lo que había ocurrido. Dio comienzo entonces un rescate histórico que cambió la historia de Jerez del Marquesado y que nadie por allí ha olvidado 50 años después.

Antonio Lorente y Manuel Porcel fueron dos de los que se lanzaron a la montaña a pesar de la tormenta que azotaba Sierra Nevada. Lucharon durante horas contra la oscuridad y la ventisca, pero conocían la montaña palmo a palmo: "Recuerdo haberlo pasado mal, a veces nos quedábamos enterrados hasta el cuello en nieve y nos teníamos que sacar unos a otros", dice Antonio. Encontraron el avión semienterrado en la nieve en la Piedra del Lobo, justo bajo el Picón. "Cuando entramos, la escena era un poco dantesca. No estaban heridos de gravedad, pero daban alaridos de dolor".

Seis hombres llegaron al aparato y se dividieron, de forma que tres se quedaron a pasar la noche con los heridos y los otros bajaron al pueblo para indicar la posición del avión. Al hacerse de día, bajaron a los once marines que estaban en mejores condiciones y llegaron hasta el 'Posterillo', donde había algunos vehículos que los transportaron al pueblo. Pero aún quedaba una docena de hombres en el avión a los que había que atender. Decenas de personas subieron entonces a la sierra para seguir con el rescate, que se extendió durante varios días, hasta que los 24 ocupantes del avión quedaron a salvo.

Hasta el pueblo llegaron aquellos días las máximas autoridades de Granada, del Ejército y hasta del Ejército norteamericano, que como muestra de gratitud donó el avión al pueblo de Jerez, que se encargó de bajarlo pieza a pieza ya en verano. El embajador americano también visitó el pueblo, para lo que los vecinos engalanaron los balcones al estilo de la película 'Bienvenido Míster Marshall'. Después de aquello, los americanos quisieron mantener el contacto con los vecinos y enviaron víveres durante años. (Extracto del diario El Ideal de Granada).

Como curiosidad, comentar que el pueblo vendió la chatarra del avión costeando así la acometida de agua corriente.

Cartel conmemorativo accidente del avión

Cima del Picon de Jerez


CIMA DEL PICÓN DE JEREZ.

Una vez ganada la cota, los siguientes tres miles vinieron pronto, aunque con esfuerzo, pues la orografía nos obligaba a bajar de tanto en cuanto.

Puntal del Juntillas

Atravesando un nevero

Seguimos el cresteo por la loma de Jerez y a las 13,40 hicimos cima en el Puntal de Junquillas (3.143 m.), posteriormente coronamos el pico de los Cervatillos (3.113 m.) y a las 14,30 la Atalaya (3.139 m.), donde almorzamos con unas vistas fantásticas: bocadillos de salchichón, chocolate, frutos secos, e incluso alguno se animó a sacar el infiernillo y hacerse un café.

Relaxing

Cima de la Atalaya
Continuamos a través del collado de las Buitreras hasta la cima del Pico del Cuervo (3.152 m.), bajamos bastante cota, accedimos al Collado de Vacares (3.002 m.) para volver a bajar y atacar lo que sería la parte más penosa del día: el Puntal de Vacares (3.146 m.), tras donde nos esperaba la zona prevista de acampada.

Pasos tortuosos

Vista de la cuerda



Íbamos ya muy tocados, con cansancio acumulado, y con la incertidumbre de quedarnos sin luz en esa zona tan escarpada, y con algunos pasos peligrosos, pero por fin, sobre las siete de la tarde, pudimos hacer cumbre.
Subiendo al Puntal de Bacares

Puntal de Bacares (ultimo 3000 del día)

Iniciamos entonces una durísima bajada donde perdimos 350 metros de cota en muy poco espacio para llegar a la laguna Baja de las Calderetas (2.850 m.) ya prácticamente de noche, por lo que no nos paramos a coger agua, y seguimos bajando hasta la laguna del Goterón (2.800 m.), donde pernoctaríamos. Nicolás y yo fuimos a por algo de agua hacia arriba para poder hacernos la cena, aunque me volví antes para ayudar a Borja a montar la tienda.

Cena en Laguna del Goteron

Cenamos Sopistan calentito con cus cus, bocadillos, mucha agua, y nos metimos enseguida en los sacos.

Habíamos marchado durante 13,30 horas subiendo varios tres miles y bajando a varios valles para luego volver a subir y terminar con un duro descenso hasta la zona de acampada. Momento confesión. Esa noche llegué bastante preocupado. Pensaba que a lo mejor no era el momento de haber hecho la Integral y que podía entorpecer a mis compañeros: en primer lugar las botas, que las tenía sin domar y esperaba problemas en los pies en cualquier momento, en segundo lugar, las lesiones que arrastro, que ya este año hicieron que se me bloqueara la rodilla y pensaba que se me repetiría porque era el mismo tipo de dolor, y en tercer lugar, me faltan tres uñas desde la carrera del Moncayo, una de ellas la del dedo gordo del pie derecho, que al supurar me hacía sufrir mucho en las bajadas, que son muy pronunciadas. Afortunadamente no tuve ampollas, lo de la rodilla no fue a más, y de la uña mejor no hablar. Agradezco desde aquí la paciencia de mis compañeros.

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