Translate

viernes, 27 de septiembre de 2013

Sábado (2º día)

Nos levantamos a las 07,30 con mucho frío. Los pequeños regajos que había cerca de donde acampamos estaban cubiertos de hielo, y el silencio era espectral, todavía con la luz de la luna.


Nicolás, Tomás y yo subimos durante un rato hasta encontrar el sitio donde la tarde anterior habíamos visto agua corriendo para llenar las cantimploras, tres litros por cabeza hasta encontrar el siguiente punto de abastecimiento. Desayunamos barritas energéticas, café con leche en polvo y galletas mientras amanecía en la sierra. Hasta casi las nueve no arrancamos. Hoy veríamos los primeros humanos desde el jueves.

Descendiendo por el Barraco de Las Calderetas
Nuestro objetivo próximo era la imponente montaña de La Alcazaba (3.366 m.) Para alcanzarla, había dos posibilidades directas, una el Paso del Canuto, que nos obligaría a hacer escalada contra los precipicios que habíamos visto el día anterior, y desechamos la idea porque nos pareció muy insensato intentarlo con las mochilas tirando de nosotros hacia el vacío, y el paso del Zigzag, que ninguno sabíamos cómo se accedía, por lo que decidimos la tercera posibilidad: dar la vuelta al macizo, y subir desde la piedra del Yunque a los tajos del Goterón, una interminable trepada por la Loma de la Alcazaba dejando el Peñón del Globo al sur, a nuestra izquierda, para terminar acometiendo La Alcazaba (3,366 m.), que culminamos sobre las 12,00 de la mañana.

Buscando la loma de la Alcazaba

Una vez arriba, nos hicimos las fotos obligadas y rezamos un Padrenuestro por la pronta recuperación de Guillermo, el hijo de nuestro compañero de montaña y amigo Quique Flores, y giramos hacia Siete Lagunas, bajando por el Colaero.

Alcazaba con el Mulhacen al fondo

Si las subidas de esta sierra son imponentes, las bajadas lo son aún más.

Bajada a Siete Lagunas por el Colaero


Impresionante y larga bajada hasta Siete Lagunas. Todo lo que fuera perder cota nos contrariaba mucho, pues significaba que tendríamos que ganarla otra vez.

Siete Lagunas
Aunque ya estaba advertido de su espectacularidad, creo que es, sin duda, el lugar más bonito que he visto jamás. Parece increíble que tengamos un sitio así tan cerca de casa del que ni siquiera había oído hablar hasta que empezamos a reunirnos para poner en pie la ruta. Se trata de un valle donde el agua del deshielo va formando lagunas de agua cristalina que al rebosar, alimentan la siguiente, y así hasta el infinito, pues la superficie de las lagunas que hay delante se confunde con el horizonte al haber por detrás un cortado y hace el mismo efecto de esas piscinas de diseño que parecen que no tienen borde. Espero poder acampar allí con las niñas alguna vez.

Bajamos junto con un montañero de Granada que nos enseñó dónde manaba agua helada debajo de una piedra al comienzo de las Siete Lagunas. Rellenamos allí las cantimploras de un agua riquísima.

Bajamos media hora más para almorzar sobre las tres de la tarde en la Laguna Hondera (2.900 m.), una de las siete que da nombre a este valle, y poder encarar la Cuesta del Resuello para subir al Mulhacén, el pico más alto de la península. ¿Otra vez vas a decir que es el más alto de la Península? Sí, otra vez, y lo subimos.
Laguna Hondera en Siete Lagunas
Comimos bocadillos de salchichón y queso, fuet con regañás, dátiles, orejones, frutos secos y mucha agua.

En cuanto terminamos de comer, me hice un apaño de esparadrapo en la uña del dedo gordo del pie y encaramos la Cuesta del Resuello para subir al Mulhacén.

Poco a poco fuimos ascendiendo en zigzag los 582 metros de altura que nos separaban de la cima del Mulhacén, unos metros muy arduos por el peso de las mochilas. Hacía frío, pero sudamos y bebimos en cantidad, y en algo menos de dos horas estábamos en la cumbre del Mulhacén. El esfuerzo había valido la pena y la vista era más que impresionante. A los dos lados se podía ver media España, aunque duró poco porque empezó a subir la niebla, que precipitó el comienzo del descenso, después de hacernos las fotos de rigor y rezar un Padrenuestro por Guillermo frente a la Virgen de las Nieves.


Cima Mulhacen
Bajamos por la otra cara de la montaña en un largo descenso en zigzag hasta el valle, dejando a nuestra derecha el refugio de la Caldera, donde ya había montañeros acampados.

Se nos iba la hora y todavía quedaba mucho que andar. Cogimos la pista que nos llevaría hasta la Carihuela, donde podríamos descansar y cenar.

Andamos unos 10 kilómetros, dejando a nuestra izquierda el refugio de Cuatro Vientos, en una sucesión de desniveles, tanto hacia arriba como hacia abajo, mientras iba cayendo la tarde y entrando la noche.


Camino del Refugio de la Carihuela
Nuestro objetivo era dormir en el refugio de La Carihuela (3.200 m.), y si no había sitio, acampar a su amparo a los pies del Veleta, pero al llegar, ya de noche, no pudimos franquear un nevero que taponaba el camino de acceso y no nos atrevimos, por la falta de luz, a subir el pico que nos hubiese dado paso al otro lado de la montaña, ya que pensamos que no era lo más prudente trepar de noche con la luz de los frontales. Eso nos obligó a vivaquear a los pies del nevero para poder pasar al día siguiente al otro lado y subir al Veleta.

Eran ya las nueve de la noche cuando decidimos parar. Hacía un frío muy intenso, algo de viento helado, y estábamos todos tocados, sobre todo Antonio que tenía bastante fiebre. Quede recogido en esta crónica que en ningún momento del día se le pudo oír a Antonio nada parecido a una queja. Nicolás y Borja rellenaron agua donde se deshelaba el nevero.

Montamos las tiendas, nos pusimos ropa seca, y cenamos dentro de las tiendas: Sopistan con cus cus, pasta con carne, chocolate, frutos secos y mucha agua. La tienda la pusimos donde pudimos, ya que el terreno era muy pedregoso y estaba inclinada, por lo que dormimos poco y mal escurriéndonos hacia abajo.
Espectacular Noche con el Mulhacen de fondo

Habíamos marchado durante 12,30 horas subiendo varios tres miles, entre ellos el Mulhacén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario